El 26 de Diciembre inicié junto con otros 8 amigos el circuito de la W en las torres del Paine, el parque más austral de Chile. Era un recorrido que me emocionaba mucho por todo lo que había ya escuchado sobre las Torres del Paine, y los paisajes espectaculares que ofrece.
El primer día, subimos a las Torres, quedándonos en el campamento Chileno, y mi primera impresión fue estar en “El Señor de los Anillos”. Los paisajes, los ríos, las montañas, la floresta, la mochila en la espalda y el cielo color azul radiante, me hacían sentirme en un set de película, me hacían dudar que lo que vivía era parte de la realidad.
El segundo día nos dirigimos al campamento Italiano, en una caminata de casi 25 kilómetros, el clima era siempre cambiante, en algunos momentos el sol era intenso y constante, en otros se nublaba, después llovía y luego volvía a salir el sol. Los vientos son espectaculares y hasta peligrosos, a veces llegan a haber ráfagas de 120 kilómetros por hora. El camino es un constante subir un bajar, una constante lucha con la mente, con esa parte interior que piensa en renunciar a la batalla, al desafío que parece imposible de consolidar, y la otra que a pesar de las ampollas, del sudor, de las piernas que parecen no poder resistir ya el peso del cuerpo dice: sí puedes, sigue.
El camino en soledad, rodeado de espectaculares montañas coronadas en nieve, lagos con matices turquesas, un aire puro y limpio, invita a la autoreflexión, a recordar lo que hemos vivido, a la auto crítica, y al conocimiento de uno mismo. Caminar por un rincón inmaculado, austral, en el que el sol prácticamente no se pone, es un alimento espiritual, el yang de la vida en la ciudad.
El tercer día, visitamos el valle Francés, y es imposible transmitir la sensación de estar en semejante lugar, de contemplar la perfección de la naturaleza, de experimentar esa ampliación temporal de los sentidos, de la realización de que son los pequeños detalles de la vida los que marcan las grandes diferencias, de constatar lo verdaderamente esencial del ser, sentirse parte de ese algo que es más grande e indescriptible y que sólo se puede admirar pero no comprender.
A nuestro regreso al campamento, el guarda parques nos dijo que había un incendio en el sendero que llevaba al Glaciar Grey y que no podríamos llegar hasta allá porque esa parte del parque estaba cerrada. En ese instante decidimos cambiar nuestra ruta para tratar de estar la mayor cantidad de tiempo en el parque, al fin y al cabo, habíamos planeado estar 7 días en el parque y llevábamos 3.
Pero el viento fue el catalizador que transformó el pequeño incendio en una crisis que cerró el parque entero. Esa misma noche, empezamos a percibir un olor a quemado y a la mañana siguiente el guarda parques nos despertó para decirnos que teníamos que evacuar lo más rápido posible el campamento (campamento que se quemó unas horas después de que salimos).
La implicación era: regresen por el camino que ya transitaron y en la praxis fue un breakup emocional durísimo. Poco a poco, constatábamos que no habría forma de quedarnos más días en el parque, estábamos recorriendo una cantidad excepcional de kilómetros rodeados de humo, los paisajes espectaculares desparecieron y cedieron su lugar a una bruma que no dejaba ver ni si quiera la silueta de las montañas.
En un punto de descanso, en el refugio de los Cuernos, estábamos platicando con la gente del lugar, que estaba visiblemente consternada y conmovida hasta las lágrimas por la sola posibilidad de ver todo aquello que amaban, convertido en cenizas. Mientras nos contaban sus impresiones, entró uno de los empleados del lugar para decirle al guarda parque: “¡No le pueden decir a esa gente que deje de hacer fuego!” Y lo seguimos hasta un lugar en el que se encontraban 3 israelís quemando papel de baño.
Una chilena que trabajaba en el lugar se alteró al instante, y les empezó a gritar todo tipo de cosas, yo sentí un profundo miedo en ese instante, porque si el fuego que iniciaron se hubiera propagado un poco más, hubiéramos quedado atrapados en ese refugio y nuestra única salida hubiera sido por el lago. Al mismo tiempo no entendía lo que estaba pasando, no me quedaba claro qué es lo que pasa por la cabeza de alguien que se ve rodeado por fuego, y decide iniciar otro.
Los israelís no son gente muy querida en las Torres, el guarda parque, una noche antes de que nos evacuaran, nos contó como había sospechas de que el incendio del lago Grey hubiera sido iniciado por un israelí. Nos relató cómo los israelís desafían las reglas del parque y hacen fogatas, cómo se enojan cuando les piden que las apaguen.
El ejemplo del refugio de los Cuernos, le dió más veracidad a la posibilidad de que hubiera sido un israelí el responsable del incendio. Además de que una gran proporción de gente que visita el parque es israelí.
Cuando regresamos al pueblo de Puerto Natales, la gente estaba en un ánimo desconsolador, la temporada alta apenas empezaba y el presidente Piñeira acababa de anunciar que el parque estaría cerrado por un mes. Cuando se acaba la temporada turística en Puerto Natales, llega el invierno y con él la metamorfosis a un pueblo fantasma. La gente vive de lo que vende y gana en estos 3 meses del año.
Cuando regresamos a Puerto Natales un profundo odio se empezaba a gestar. La gente aquí no quiere a los israelís, de acuerdo con Juan -un chileno fluente en hebreo y dueño de un hostal al que llegan los israelís- porque “no dejan tan buenas propinas como los europeos”. Pero las historias que encontramos en la calle hablaban de otra cosa, la gente muestra su malestar por el actuar irrespetuoso y “sucio” de los israelís. No era ningún secreto que desobedecían las reglas del parque y parecía sólo cuestión de tiempo antes de que sucediera una tragedia como la que aún no ha sido extinguida. Ahora, parecía, les estaban arrebatando su hilo de supervivencia con la vida.
En una tienda, tratamos de entrar pero la puerta estaba cerrada, creíamos que no había nadie, hasta que salió una señora medio arriba de peso, con razgos sureños que nos preguntó violentamente:
-¿Son majas?
-No, respondimos y nos dejó entrar.
Maja es la palabra que usan los chilenos para designar israelí o judío, que para ellos van en el mismo saco. Cuando entramos la señora nos contó su historia, acababa de regresar de Santiago en donde se había abastecido de materia prima para fabricar las artesanías que vende en su tienda, había pedido un préstamo, había sido generosa en la navidad con los regalos que ofreció, veía un futuro prometedor en el turismo y los dólares que traen consigo, todo eso se había esfumado en un instante.
Mientras hablabamos con ella, no dejaba de ver las fotos en facebook del parque quemándose, veía los comentarios de sus conocidos y se angustiaba mientras se agarraba la frente y ésta se le arrugaba de la angustia.
Otra señora que conocimos incluso sugirió impedirle la entrada a la zona a los israelís, y que si no se hacía de esa forma, podía haber represalias. La dueña del hostal donde nos quedábamos, acababa de pedir 180 mil dólares prestados para comprar dos autobuses, ahora no sabía cómo los iba a pagar.
El Puerto Natales que vimos regresando del parque, fue uno muy diferente al que conocimos cuando llegamos de Santiago, esa imagen de paz, serenidad, tranquilidad habían cedido el paso a un pueblo angustiado por su futuro, por sus hijos, por la incertidumbre de la tormenta. Un pueblo que había transformado esa angustia y tristeza en odio, un odio que parecía sólo crecer.
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