La última semana ha sido un continuo de shocks. Llegar de Colombia, un país en el que por un momento me sentía demasiado alejado de lo cotidiano, de la realidad que vivimos en México a diario y vivir esta última semana en México ha sido una inyección de emociones tenaz. El Lunes, me enteré que habían secuestrado a un muy carismático señor que vendía cecina aquí en Cuernavaca y ayer llego el ápice de esta semana y del sexenio.
Me enteré de la noticia cuando estaba en la escuela, mientras esperaba a un profesor y leía el titular de El Universal que decía: granadazos en casino de Monterrey, o algo así. No me sorprendió (y me duele decirlo), me pareció algo perfectamente normal en un titular de noticias, no fue sino hasta la tarde, cuando regresé a mi casa que me dí cuenta de la extensión, la magnitud de la crueldad. El evento, me recordó a uno similar hace un par de años en Cuernavaca, cuando un comando entró a rociar gasolina en un antro y a quemarlo, en esa ocasión, afortunadamente, no hubo víctimas fatales y a otro hace unos veinte años que el ejército Colombiano incendió la Suprema Corte de Justicia con guerrilleros y magistrados adentro.
Siempre me ha costado trabajo entender que una mente no pueda valorar la vida humana y decida terminar con ella, aún siendo la propia, y lo que siento hoy es mucho dolor, mucha tristeza y no sé exactamente por qué: o por los muertos, por sus familiares, por el niño que murió en el útero de su madre, por Monterrey, por un país que siempre he amado y del que la tierra ahora emana sangre, por sentir una sociedad a la deriva, por lo indescriptible, por todo, por nada.
Viene el momento de la reflexión, y tendremos que decidir cuáles serán lo siguientes pasos que daremos. Necesitamos ser más humanos, como lo dijo el Primer Ministro Noruego hace un mes, después de los ataques en Utoya, o como lo dijo una chica, también noruega: si un hombre puede crear tanto odio, imaginen cuanto amor juntos podemos crear.
En nuestro país, no es un hombre, es una comunidad criminal, pero aún, estamos todos los demás, todos los que deseamos otro presente, otro futuro, los que no compartimos la lógica y el lenguaje del odio.
Esa reflexión debe empezar por nosotros mismos, examinando qué hemos hecho como individuos para contribuir a la espiral de violencia, cuando no dejamos pasar a un peatón en la calle, cuando tiramos basura, cuando vemos que el coche de enfrente puso la direccional para cambiarse a su carril y aceleramos para que no lo haga, cuando evadimos impuestos, o como bien lo dice mi amigo Andrés en su blog, cuando consumimos drogas.
Bien había una campaña ayer en twitter con el Hashtag #MeDeclaroCorresponsable. No aporta mucho al debate sólo exigir que la estrategia cambie, no hay congruencia en ello, si no examinamos nuestros métodos, si no nos autocriticamos, si no nos damos cuenta de nuestro papel en el acto social.
Nuestra respuesta como ciudadanos no debe de ser más odio, más rencor, más arrebatos contra nuestros gobernantes. Debemos de exigir, como sociedad civilizada, lo que merecemos: un país en paz. Pero no podemos ser un país en paz cuando contribuimos al ambiente de discordia, no podemos ser un país en paz cuando nuestro lenguaje , cuando nuestros actos demuestran que la violencia se ha apoderado del subconsciente.
Este es nuestro país y no lo podemos dejar ir.
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