Mi primer encuentro cercano con la guerra en México fue un 16 de Diciembre del 2009, el día en el que mataron a Arturo Beltrán Leyva en Cuernavaca. Yo estaba en la ciudad de México en una Posada con mis amigos, cuando mi hermano y mi mamá me empezaron a hablar comentándome de una inusual actividad de helicópteros de la ¡Marina en Cuernavaca! Los helicópteros estaban atterrizando muy cerca de mi casa, y la trinchera urbana (nos enteraríamos después) estaba a menos de 10 minutos de mi casa. En el transcurso de la noche nos enteramos que se debía al “barbas”.
Hasta antes de eso, todo eran noticias de Michoacán, Juárez, Tijuana, Monterrey. La vida bajo las balas me parecía demasiado lejana como para que llegara algún día a Cuernavaca. La ciudad en la que crecí, me parecía demasiado utópica en su belleza, en su tranquilidad, en las delicias de la comida, en su clima perfecto como para ser teñida por la sangre.
En algún momento comenzó esa metamorfosis y no sé cuando se dió, lo que sé, es que hoy, después de aquel incidente, aparecen cotidianamente noticias de descuartizados, colgados, jóvenes a los que les arrancaron el cuero cabelludo. Hoy esa utopía de tranquilidad se ha convertido en una de las puertas a los más tenebrosas realidades que azotan a nuestro país.
Cuando estuve de intercambio en la Universidad de California en San Diego, a un amigo mexicano que radica en Berlín le llamó mucho la atención que vivera en Cuernavaca, y una de sus primeras preguntas fue: ¿Cuando vas a la escuela ves a los colgados? La pregunta me llamó la atención, porque aún cuando yo vivía en Cuernavaca y sabía que eso se daba, también sabía que no era algo tan cotidiano que uno lo viera cuando fuera a la escuela, o que tus amigos llegaran a contarte.
Eso me llevó a pensar en la cobertura que han tenido los medios de comunicación en esta batalla. Para mi amigo, Cuernavaca era simplemente una tierra sin Ley, en la que si se salia a comprar leche en la tienda de la esquina era muy probable que uno se encontrara con una balacera. La realidad que mi amigo conocía de parte de los medios de comunicación era una muy distinta a la que yo vivía.
Muchas veces, como parte del trabajo y ejercicio periodístico, los encargados de llevarnos las noticias tienden a aderezar con su sazón las noticias. Muchos de los medios mexicanos lo hacen ejemplarmente, con periodistas arriesgando la propia vida en el deber, pero la información casi siempre aparece descontextualizada, y la prueba de eso es que mucha gente cree que México es una feudo de sangre.
Los peligros de esa descontextualización son evidentes: cuando un narconmensaje fue lanzado en Cuernavaca dando la orden de toque de queda, la ciudad entera quedó paralizada, y lo que paralizó a los cuernavacenses fue el miedo, ese miedo cultivado día a día, con notas amarillistas, primeras planas con fotos grotescas y una elite política cada vez más polarizada.
No comparto la idea de censurar la información, pero si creo que los medios de comunicación deben de ejercer su labor de una forma más responsable. ¿Cuáles son los efectos a largo plazo en un niño que sólo escucha noticias violentas? ¿Estamos creando seres humanos violentos desde el inicio de sus vidas? La cobertura mediática va más allá de las líneas tradicionales de libertad de expresión, trascienden hasta la naturaleza humana e irrumpen el tejido social.
Los ciudadanos debemos de exigir una cobertura más sana, íntegra y objetiva. Podemos hacerlo compartiendo experiencias, informando, organizándonos para exigir a las autoridades.
Tenemos poderosas herramientas a nuestro alcance, herramientas que empiezan a darle una forma diferente a la agenda pública y herramientas, que no podemos menospreciar. Toca hacernos preguntas difíciles en lo individual y en lo colectivo. Si enarbolamos los valores que nos crearon como patria, estaremos dando un enorme salto en la historia contemporáneo de nuestra tierra.
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