Las Estaciones

Los últimos días en Bogotá me han puesto a pensar mucho sobre nuestra definición de las estaciones y cómo esta muchas veces está definida por la latitud en la que vivimos, pero además, sobre el dramático cambio que estas definiciones han venido experimentando en los últimos años.

En Agosto pasado viajé a San Diego como parte de un programa de intercambio. San Diego es conocido como “The Sunny city” (la ciudad soleada) por su buen clima el año entero y el radiante sol que se ve todos los días. Cuando llegué me tope con una ciudad muy diferente: todos los días eran nublados, y sí salía el sol (cuando lo hacía, mis amigos europeos casi que hacían una danza de festejo y salían con sus toallas a asolearse), pero todos los Sandieguinos me decían que no era normal ese clima nublado que vivimos todo el “verano”.

Después regresé a México, pasaron los meses y yo estaba en Aquixtla, emocionado porque en Mayo empezaban las lluvias y el paisaje se torna espectacular, el aire se impregna del olor a tierra mojada y la vida en el campo se llena de alegría por la fertilidad de la tierra. Tampoco pasó, llegó Junio y no había llovido, los campesinos estaban desesperados porque sus sembradíos estaban realmente amenazados por la sequía.

Cuando me fui de México me acuerdo muy bien de la imagen que ví cuando el avión despegó de la ciudad de México: una ciudad café, llena de smog y contaminación, un paisaje que había recentido la anarquía de las estaciones.

Y después llegué a Bogotá, al “verano”. Tradicionalmente el verano se caracteriza por tener días soleados. Pero poco de eso ha pasado. Los días recientemente son nublados constantemente y a veces llueve ligero pero por mucho tiempo (eso que aquí es el “invierno”). Los bogotanos me dicen que desde Noviembre del año pasado ha sido así.

Vivimos en un entorno que no es el que los libros de texto de la primaria describían: uno con estaciones muy marcadas, como los 4 conciertos para violín de Vivaldi. El mundo que me ha tocado vivir el último año es uno en el que no se sabe qué es lo que Pachamama tiene dictado para mañana.

Las implicaciones de eso son muy fuertes: ¿Cómo puede alguién sembrar aquí en Colombia Maíz cuando sus cultivos se van a inundar? ¿Cómo puede alguien saber cuándo empezar a sembrar en la sierra norte de Puebla si no se sabe cuando llegarán las lluvias? ¿Cuánto del suministro mundial de granos puede verse afectado por las variaciones climáticas?

Y de nuevo: ¿qué es lo que podemos hacer individualmente para tomar consciencia y cambiar esto? Podemos esperar a que las potencias se pongan de acuerdo y dejen de lado intereses nacionales para procurar un bienestar global y promulgar tratados que atiendan estas inquietudes, o, podemos empezar por nosotros mismos. Hay muchas respuestas: comprar local, dejar de usar el coche, apagar las luces de un lugar que no estamos usando, reciclar, hacer composta, son pequeñas respuestas que aisladas no generarán cambios dramáticos. Una de las cosas más fantásticas de nuestra raza es la capacidad de encontrar un problema y tener la fortaleza de cambiar hábitos para solucionarlo. No podemos ser congruentes cuando criticamos a Estados Unidos por no haber firmado el protocolo de Kyoto cuando vamos a la esquina en coche a comprar un desodorante hecho en Brasil. Es una función biyectiva que requiere del compromiso de las dos partes.

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